Muertos que regresan del más allá, fantasmas, apariciones diabólicas,
castigos inexplicables y hechos sobrenaturales, muertos que resucitan, almas
en pena
y muchos hechos espantosos ocurrieron durante la época de la Colonia.
Pasó el tiempo, y las gentes que por curiosidad leían o escuchaban los
relatos espantables de los días en que nuestra Capital era la Capital de la
Nueva
España, dijeron que todo habían sido supercherias, invenciones de gentes
oficiosas, de mentes predispuestas y lo que fueron ocurrencias, sucesos
verdaderos
avalados por las autoridades de su tiempo, se convirtieron en sabrosos
cuentos y leyendas.
Hoy, ante la ocurrencia de nuevos y portentosos hechos similares a los
ocurridos hace siglos, la ciencia moderna los ha aceptado y catalogado
dentro de
algo que llaman parasicología, telequinesis, paranormal e inexplicable,
aceptando y ratificando estos sucesos que parecen no ser más que la
repetición
de aquello que se negaron a aceptar hace algunos años.
Estos pues, son los relatos basados en investigaciones, en consultas de
antiguos y carcomidos documentos que duermen el sueño del olvido en
apolillados
anaqueles de los archivos de Indias de Sevilla y en los archivos oficiales
del país. Quizás se les ha agregado un poco de fantasía, algo de sabor para
evitar lo frío, lo macabro y amargo de un relato, pero sin desvirtuar ni
menguar el meollo del asunto.
FANTASMA DE LA MONJA
EL FANTASMA DE LA MONJA
Cuando existieron personajes en esa época colonial inolvidable, cuando
tenemos a la mano antiguos testimonios y se barajan nombres auténticos y
acontecimientos,
no puede decirse que se trata de un mito, una leyenda o una invención
producto de las mentes de aquél siglo. Si acaso se adornan los hechos con
giros literarios
y sabrosos agregados para hacer más ameno un relato que por muy diversas
causas ya tomó patente de leyenda. Con respecto a los nombres que en este
cuento
aparecen, tampoco se ha cambiado nada y si varían es porque en ese entonces
se usaban de una manera diferente nombres, apellidos y blasones.
Durante muchos años y según consta en las actas del muy antiguo convento de
la Concepción, que hoy se localizaría en la esquina de Santa María la
Redonda
y Belisario Domínguez, las monjas enclaustradas en tan lóbrega institución,
vinieron sufriendo la presencia de una blanca y espantable figura que en su
hábito de monja de esa orden, veían colgada de uno de los arbolitos de
durazno que en ese entonces existían. Cada vez que alguna de las novicias o
profesas
tenían que salir a alguna misión nocturna y cruzaban el patio y jardínes de
las celdas interiores, no resistían la tentación de mirarse en las
cristalinas
aguas de la fuente que en el centro había y entonces ocurría aquello. Tras
ellas, balanceándose al soplo ligero de la brisa noctural, veían a aquella
novicia
pendiente de una soga, con sus ojos salidos de las órbitas y con su lengua
como un palmo fuera de los labios retorcidos y resecos; sus manos juntas y
sus
pies con las puntas de las chinelas apuntando hacia abajo.
Las monjas huían despavoridas clamando a Dios y a las superioras, y cuando
llegaba ya la abadesa o la madre tornera que era la más vieja y la más
osada,
ya aquella horrible visión se había esfumado.
Así, noche a noche y monja tras monja, el fantasma de la novicia colgando
del durazno fue motivo de espanto durante muchos años y de nada valieron
rezos
ni misas ni duras penitencias ni golpes de cilicio para que la visión
macabra se alejara de la santa casa, llegando a decir en ese entonces en que
aún
no se hablaba ni se estudiaban estas cosas, que todo era una visión
colectiva, un caso típico de histerismo provocado por el obligado encierro
de las religiosas.
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