jueves, 1 de noviembre de 2007

ladrones de cadaveres.

A finales del siglo XVIII Inglaterra comenzó a despuntar en el marco europeo como futura potencia mundial. La revolución industrial posibilitó que el país se desarrollara en casi todos los campos del comercio gracias a las nuevas máquinas que suplían el trabajo de miles de hombres.
Sin embargo, no todo fue tan idílico porque mientras las grandes empresas se beneficiaban de este desarrollo, las clases humildes padecían el azote del paro y de la marginación al no poder acceder a los puestos de trabajo que esas máquinas les habían arrebatado.
Ingentes masas de campesinos tuvieron que emigrar de los campos a las ciudades buscando un mejor futuro, atraídos por las fábricas que ya formaban parte del paisaje urbano, junto a las 360.000 chimeneas contabilizadas en Londres que no cesaban de expulsar toneladas de hollín diariamente ocasionando graves problemas de salud pública.
Los millones de desplazados se hacinaron en terrenos antes desérticos formando nuevos barrios superpoblados, plagados de miseria y enfermedad, como el londinense Whitechapel, que en pocos años vería surgir la figura de Jack el destripador de entre sus malolientes y sucias callejuelas.
Pero antes que él, Scotland Yard tuvo que enfrentarse a una plaga que parecía extenderse sin freno por las principales ciudades inglesas: la de los ladrones de cuerpos, tal era el nombre que recibían aquellos que se dedicaban a exhumar los cadáveres recién enterrados para venderlos a las facultades de medicina de afamadas universidades como Oxford.
Después de siglos de oscurantismo, en el siglo XIX el cuerpo humano nuevamente comenzaba a ser apreciado. La cura de las enfermedades, la prevención, la soldadura de fracturas… todo pasaba previamente por conocer perfectamente el ensamblaje de huesos y músculos, de venas y arterias.
Por ello, la clase más importante a la que debía enfrentarse un estudiante era la de anatomía humana. El mayor inconveniente estribaba en que las facultades disponían de pocos cuerpos con los que hacer las prácticas necesarias y los alumnos debían buscarse otras vías de estudio. Así es como surgió la figura del ladrón de cadáveres: por la necesidad de unos de aprender y la de otros –los marginados– de conseguir dinero con el que vivir.
Por: Iván Rámila

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